Desde las primeras lineas de esta novela nos preguntábamos si realmente aún quedaría la huella que probara la existencia de Amélie, la Petite Puolbot que rompió el corazón de Francisca y que conmocionó a todos aquellos que la conocieron.
Después de muchos meses de búsqueda, siguiendo los hilos de rastros desdibujados, José María me instó a que visitara de nuevo Montmartre (París).
Moví cielo y tierra, solicitando en persona registros de nacimiento y defunción, tanto en la Mairie como en el cementerio de Montmartre. Aunque me brindaron una atención excelente, la búsqueda en los archivos era tan dificultosa que la esperanza empezaba a flaquear. No obstante, mi intuición me decía que ese viaje no sería en vano.
Una noche del mes de septiembre entre libros y notas esparcidos por la cama de aquella habitación Montmartrense, a punto de rendirme, probé una última búsqueda en los registros digitalizados y...allí estaba ella, Geneviève Amélie Olympe Túrrez. En ese momento una sensación de alegría inmensa me inundó.
Mònica Esquivel
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